Sentido adiós de Pamplona a Pepín Liria

La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

Fuente:ABC.es

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Sentido adiós de Pamplona a Pepín Liria

La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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Sentido adiós de Pamplona a Pepín Liria

La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

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La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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Sentido adiós de Pamplona a Pepín Liria

La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

Fuente:ABC.es

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Sentido adiós de Pamplona a Pepín Liria

La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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La despedida de Pepín Liria de Pamplona se antojaba que iba a ser la más sentida de todo el periplo de adioses, y así fue. Pepín ha sido grito de guerra de las peñas, ídolo de mil batallas en el sol. '¡Peee-Pín, Peee-pín, Peee-Pín!', coreaba toda la plaza al unísono cuando el León de Cehegín recibía el homenaje en el ruedo de los capitanes de cada formación bullanguera. Y Liria correspondió luego con el brindis de agradecimiento. A los actos laudatorios se vino a sumar un primer toro de Jandilla con calidad. Pepín Liria fue fiel a su concepto desde los muletazos de rodillas pasando por el toreo muy en línea y al hilo hasta los desplantes, los circulares y el lío padre. Incluso el pitonazo en la boca que cobró al entrar a matar forma parte de una carrera siempre a cara (partida) o cruz. La oreja, a nada que saliesen las cosas, estaba cantada. Liria, en la hora de la recogida, sigue con los reflejos engrasados. Lo que pasa es que entre los reflejos y a lo mejor las prisas por la celebración apenas se pudo ver al cuarto, un señor toro.

La corrida de Jandilla, en cuanto a presentación, tuvo una segunda parte más rematada y cuajada. El quinto era un tío, hondo, bien definido, impresionante. Fue además un toro importante, aun sin terminar de humillar por el derecho. Tomó los vuelos del capote de El Cid desde el principio, y después los de la muleta con empuje y bravura. 'Benévolo' era su nombre. Cid no se lo pensó dos veces para plantarse en los medios. Tres series en redondo, largos los muletazos y ligados, supieron bien, a gloria por contraste. Sonaron las campanas de la izquierda, y El Cid se rompió en dos naturales en los que el jandilla descolgó muchísimo. Vibró la plaza y siguió vibrando con su zurda, aunque la administrase. El final de obra, con un intento de circular invertido que a su estilo no le pega, no apagó clamores. No los de la mayoría. Pero El Cid pinchó cuatro veces para cerrarse la probable salida a hombros. Como en Madrid por mayo, el brazo se le encogió.

Puso mala nota a una buena corrida su toro anterior. Geniecito, cara alta, rápida reposición. Hay una cosa que en este Cid maduro llama la atención: ¿por qué le sorprenden tanto los toros en los primeros muletazos de las series? La resolución al imprevisto además suele ser poco decorosa. La historia quedó en terreno de nadie o correcta, con una estocada de cierre después de un susto grande cuando le había perdido la cara.
El Fandi con las banderillas fue la apoteosis. Reventó Pamplona. Espectacular y poderoso en sus dos toros. En la preparación y a la hora de clavar también. El segundo par al justito y noblote tercero, que le puso literalmente los cuernos en la mandíbula, tuvo un mérito terrible. La redondez del tercio vino cuando lo paró marcha atrás. El delirio. Que ya con la muleta fue delirium tremens porque aquello era tremendo de trapazos. El trofeo cayó con media estocada. El muy armado sexto se vino abajo a plomo. Tanta carrera…

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