Los restos mortales del sacerdote ceheginero Esteban Zarco Moya, asesinado en Orihuela en 1936, ya han sido trasladados a una cripta de la Iglesia Mayor de Santa María Magdalena, en un acto religioso que acabó con anécdota incluida.
La noche del 30 de noviembre de 1936 (en plena Guerra Civil Española), el cura ceheginero Esteban Zarco, de 37 años, el Señor Administrador Apostólico y otros ocho sacerdotes eran asesinados en Orihuela de un disparo en la cabeza, por no querer renunciar a su fe. El enterrador, por ser quienes eran, tuvo especial cuidado a la hora de enterrar sus cuerpos, pensando en que su conservación fuera la más idónea posible para poder identificarlos.
Este siervo de Dios, que fue trasladado a Cehegín después de la Guerra, fue transportado en coche fúnebre hasta la Iglesia de 'La Magdalena’, donde le aguardaban descendientes suyos, arropados a su vez por gran cantidad de personas. Tras la Eucaristía, se procedió a los ritos del entierro, tras el cual, los asistentes pudieron visitar la cripta en la que ya habían sido depositados los restos mortales del sacerdote, recordado por los más mayores 'como un Santo'.
Tras el acto se produjo un hecho insólito. Alguien se dio cuenta de que las velas blancas que habían presidido el entierro habían tomado un color verdoso. Unos dijeron que era la luz; otros, que se les había contagiado el color de las plantas en las que estaban depositadas; los más escépticos aseguraron que era una reacción química muy común; pero lo cierto es que el padre Serafín, párroco de la Iglesia, manifestó que era la primera vez que veía una cosa semejante, por lo que cogió todas las velas (excepto alguna que alguien quitó antes), las lió en un periódico y se las llevó del lugar.